Muchas aventuras vividas desde entonces, sueños alcanzados pero también horas sin dormir, trabajo ilimitado y experiencias que te hacen madurar desde la adversidad.
Esta, mi pequeña ventana al mundo, se ha convertido en una puerta que he aprendido a no tener siempre abierta, pues siempre había el endemoniado que intentaba colarse para herir, pero no he dejado de atender al que ha golpeado con sus nudillos la vieja madera buscando mi colaboración.
En estos últimos 4 años he tenido que madurar y enfrentarme a sombras que no reconocía como mías, a un reflejo en el espejo que me gritaba verdades que no quería oir, mi corazón se ha roto y se ha recompuesto tantas veces que he perdido la cuenta de los puntos de sutura que mis manos han bordado creando bellos remiendos.
He tenido que despedirme de una forma de vida y abrazar esta nueva etapa que avanza tan deprisa que cuando creo haber adquirido maestría ya estoy aprendiendo de nuevo y buscando un manual de usuario... porque, la verdad, no acabo de dominar este juego.
Las amistades del pasado han quedado en su mayoría como un bello recuerdo, y me siento afortunada por todo lo vivido con ellas, pero aún más afortunada de disfrutar mi día a día con tantas maravillosas personas que me rodean y con las que arreglo el mundo en cada taza de té.
Pero hoy me aflige un lado humano que cada día llama mi atención, me pide que despierte, que deje el activismo de sofá y haga algo realmente por mejorar lo que me rodea, pero me siento tan pequeña, tan inútil e insignificante...incapaz de poder cambiar el mundo.
Son las 2:28 de la madrugada, escribo desde el aeropuero del Prat, en Barcelona, tras un fin de semana intenso en el que la vida se empeña en mostrar, desde una distancia tan pequeña como la que tienen dos cuerpos al abrazarse, la dura supervivencia de muchas personas que comparten territorio con nosotros pero realidades muy opuestas a las nuestras. En muy pocas horas he presenciado escenas que me han causado tanta impotencia que he necesitado parar todo lo que estaba haciendo para escribir, como si de alguna forma... este acto materializara pensamientos y sentimientos que se han aglutinado en mi pecho, desesperados por tomar forma en este plano interestelar.
Nunca había estado tantas horas aquí, en este pequeño universo que se comienza a formar a partir de las 00:00, como si los encantamientos de todas las hadas madrinas se rompieran y sus ahijados hubieran quedado en este peculiar templo para compartir sus penas entre viajeros que esperan su próximo avión. Puedes distinguirlos por sus rostros apesadumbrados, buscando descansar fuera de la intemperie y protegiendo sus pocas pertenencias para cerrar los ojos, y descansar, hasta que algún camarero les recuerde que no se pueden tumbar en los bancos. Aquí estoy protegiendo el sueño de uno de ellos, prometiendo vigilar su pequeña mochila, sus gafas y su móvil... escuchando sus sollozos ahogados por la vergüenza y el abrigo que cubre su rostro. Aquí, formando parte de esta sociedad de la que no puedo escapar y a la que me encadeno con su materialismo y la falsa ilusión de bondad que nos aportan momentos como este, pura hipocresía en realidad. Llegaré a mi casa mañana y hablaré de esto, debatiremos sobre la pobreza, la inmigración, sobre lo terrible y lo mundano... pero seguiré difrutando de mis privilegios de esta vida feliz que he tenido la suerte de recibir... sin cambiar el mundo.
Recibimos tantas imágenes del Kaos que se produce constantemente... lo vemos lejano e inapelable, voraz e inacabable... tanto Kaos recibimos que creemos estar preparados para enfrentarnos a él. Kaos te rodea, se acerca a tí, pero la única salida posible es bajar la mirada, pasar de soslayo para no caer en sus redes pues el mayor miedo que nos produce es el de que pueda contagiarse, como si nuestras redes sociales y nuestra tecnología, nuestra cultura y nuestra sociedad hubiera inoculado alguna clase de vacuna que nos evite acabar así.
No nos atrevemos a escuchar las historias de guerras, de conquistas, de ingenieros que huyeron de sus paises y hoy no pueden hacer nada más que sobrevivir, no queremos entender que nuestros abuelos fueron una vez migrantes a la búsqueda de un futuro mejor, analfabetos hasta los 50 años como cuenta siempre una de las mías... sólo quien no aprende de su historia está condenado a repetirla y me niego a vivir en un mundo en el nuestros hijos hereden la guerra como única alternativa en el futuro.
Dejemos de ver en el otro un contrario y busquemos aquello que nos hermana, dejemos de buscar lo que nos diferencia y seamos capaces de buscar lo que nos hace ser tan iguales. Hoy necesito pedirle al universo que envíe paz a los corazones de aquellos que conviven en nuestras ciudades, en nuestros pueblos y que no se dejen llevar por el odio que el señor Kaos se ha encargado eficientemente de regar por la tierra, buscando así nuestra futura destrucción.