De etiquetas y etiquetados
Llevo días con este tema en la cabeza y es que parece que el
resurgir de la barbería trae consigo un debate viejo, apestoso y profundamente
vergonzoso.
Comenzaré disculpándome profundamente con aquellos que se
sientan ofendidos con mi opinión, ya que mi intención no es atacar ni volcar mi
desafección contra nadie en particular. Es por una cuestión de principios, porque en cierta manera me siento ofendida en algunas ocasiones por comentarios
despectivos que circulan por las redes sociales, por lo que leeréis las palabras
escritas a continuación.
Lo primero que quiero pedir es respeto, hacia nosotros
mismos y hacia nuestros compañeros.
Cuando una profesión casi olvidada, de la que muy pocos
valientes tuvieron la osadía de preservar y mimar a pesar del desprecio de
una sociedad que los impulsaba a la extinción, resurge con tanta fuerza como lo
está haciendo, es inevitable que oportunistas decidan aprovechar una ventajosa
situación para ganar dinero fácil y rápido.
El orgullo de aquella resistencia que luchó tan duro desde
sus humildes sillones crece desmesuradamente, como antiguos reyes destronados,
salen feroces al campo de batalla para defender su territorio, su código moral
y su tradición.
Así pues… comienza la guerra.
“tú no puedes llamarte barbero”, “esto no es una barbería”, “las
mujeres no pueden trabajar en buenas barberías”, “mira a esa tía buena que va
de barbera”, “tú solo eres un peluquero reconvertido”, “porque tengas un poste
y sillones antiguos no eres un barbero; solo eres una pose” y bla,bla,bla,bla.
Me avergüenza profundamente que los miedos y las envidias
sigan dominando al género humano.
Barbería y peluquería son oficios que se pierden en el
origen de las civilizaciones, evolucionaron adaptándose a los nuevos tiempos, a
las regularizaciones sociales de cada época.
El peluquero dejó de encargarse, exclusivamente, de las sofisticadas pelucas hace ya muchos
siglos (de echo… ¿Cuántos peluqueros actuales sabrían encargarse del diseño,
confección y mantenimiento de una peluca?), y el barbero dejó las sangrías y
extracciones molares cuando medicina y odontología establecieron los límites que
acotaban “quien”, “donde” y “de qué manera” se realizarían esas prácticas
específicas.
Hoy, 30 de Enero de 2014, nos encontramos con una variedad
de salones increíble, tenemos la libertad de crear nuestro propio negocio y de
luchar por nuestros sueños, y aquel que nos pone etiquetas simplemente tiene
miedo.
Una de mis etiquetas fue; “como no querías estudiar acabaste
de peluquera”.
Desde que comencé mi trayectoria profesional como formadora
descubrí que muchos de mis compañeros, de los asistentes a los cursos, dueños
de salones de éxito… ellos también sufrieron esa misma etiqueta. Así que cada
vez que subía a un escenario mi obligación era intentar subir esa autoestima
mermada. Que pudieran ver con mis ojos lo que veía en ellos, en nuestra
profesión.
Siempre creí que había que trabajar duro para demostrarle a
la sociedad cuan equivocados estaban. No somos unos ignorantes, no somos unos
vagos.
Pero nunca imaginé que también tendría que lidiar con las
etiquetas entre nosotros.
Durante muchos años he sido consciente de que nuestra gran asignatura
pendiente es el control sobre el EGO, y este conflicto tiene sus orígenes en él.
Cada vez que leo que alguien quiere ser barbero, que quiere
abrir una nueva barbería, me emociono. Los sueños de los demás deben
motivarnos, no ser el motivo de nuestras críticas.
Hace poco colgué en mi Facebook un video de una chica que en
Estados Unidos montó su barbería, un concepto diferente ya que la puerta de
atrás comunicaba con una cocktelería.
Ella se veía radiante y feliz por su negocio y por poder
dedicarse a una profesión que ama. Los comentarios que recibió fueron tan
despectivos que sentí mucha tristeza por haber lanzado carnaza a los que se
regodean con su falta de técnica, de práctica y sus carencias como barbera.
Yo me quedo con su cara de felicidad y con el orgullo de que
aún haya personas que llevan a cabo sus sueños hasta convertirlos en una
realidad.
Quizás ella pidió la oportunidad de ser aprendiz en una
barbería y no se la dieron por ser mujer y lamento decir que no importa cuántas
puertas te cierren cuando tienes un sueño, no paras hasta conseguir tu
objetivo.
Puede que a quien haya que criticar no es a la persona que no
tiene técnica, si no al sistema que no se asegura que los profesionales que
llegan a ejercer tengan los conocimientos y la práctica necesaria para ello.
Con estas palabras solo quiero que tomemos conciencia de la
cantidad de energía que invertimos en realizar ejercicios de destrucción del otro, cuando podríamos estar
invirtiendo en innovar, en ayudar a los que quieren empezar, en apoyarnos y en
luchar contra las verdaderas lacras de nuestra profesión.
Esas, mis queridos amigos, las dejo para otro artículo.
Si empezaste como peluquero y quieres dedicarte a la
barbería; perfecto!
Si estas orgulloso de ser peluquero; perfecto!
Si has tenido la suerte de heredar la profesión de barbero;
perfecto!
Si quieres empezar tu carrera como barbero porque ahora está
de moda; perfecto!
Que de aquí a unos años, cuando “esto de la barbería” pase
de moda, verás como todas esas nuevas barberías y barberos se vuelven a la
peluquería mixta y tú te mantienes ahí fiel a tu estilo y negocio; perfecto!
Nadie es mejor que
nadie.
Solo debemos ser fieles a nosotros mismos, respetar a los
demás y aprender de cada persona que pasa por nuestra vida. Olvidemos las
envidias, apartemos los miedos y trabajemos juntos por el bien común.
Cada éxito, cada derrota, indiferentemente si es nuestra o
de los demás, conlleva lecciones de valor incalculable y de ahí obtendremos los
mejores aprendizajes.
Y por hoy, esta ventanita mía me ha permitido desahogarme un
poquillo, espero que entendáis mis mensajes y no os hayan resultado ofensivos. Si
alguien, aunque solo sea una persona decide dejar atrás la crítica destructiva
gracias a mis palabras… ¡ya me habré ganado el cielo!
¡Barberos y peluqueros! ¡Unidos seremos invencibles!
Un abrazo y a seguir creando y compartiendo!
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